lunes, 13 de abril de 2015

Relato Corto: La Carta



Marzo, 2014
Para: Sebastián Ruiz.

Hoy recordé la primera vez que te vi: entraste a mi oficina por error. Me confundiste con la persona que debía hacerte la entrevista de trabajo y soltaste un discurso sobre lo motivado que estabas solo por haber sido tomado en cuenta por la agencia entre los candidatos al cargo, parecías estar totalmente cómodo diciéndome que admirabas la forma en que nos habíamos destacado entre agencias que tenían mucho más tiempo en el mercado. Te tomo al menos un minuto dejarme hablar y para ese momento mi asistente ya había entrado a decirte que era la siguiente puerta y que no era yo quien te iba a entrevistar.  

Creo que eso te desilusiono, la entrevista con mi hermano no te salió nada bien pero ¡demonios! A mí me habías convencido. Hace falta más gente que esté realmente interesada en su trabajo, convencí a mi hermano y terminamos dejándote en un periodo de prueba. Creo que el siguiente momento que recuerdo fue tu primer día de trabajo, obviamente estabas bastante seguro de tu capacidad porque no intentaste impresionar a nadie con tu atuendo. Unos jeans gastados, una camiseta de los Simpson y unas converse que habían tenido mejores días, por no hablar de esa horrible gorra que no disimulaba tu cara de recién levantado. No te falto una sola persona en la oficina por darle los buenos días, te presentaste y asaltaste la sala de juntas para la reunión de la mañana como si eras tú quien estaba al frente de todo. Opinaste sobre todo, preguntaste y no tuviste inconveniente en llevarnos la contraria a mi hermano o a mí. 

Era tan malditamente irritante tu energía, nos llevabas a todos siguiéndote el rastro en los proyectos en los que participabas. Nunca te quejaste si alguien te pedía café, hasta aprendiste como le gustaba a cada quien; detestaban que nos ganaran clientes y era un reto personal para ti que cada proyecto que se te asignara, por pequeño que fuera, solo pudiese calificarse de excelente. No tardamos ni un año en delegarte gran parte de la responsabilidad creativa de la empresa, los supervisabas a todos y nunca pasaste por encima de nadie, nadie hizo nunca un mal comentario sobre ti o tu trabajo. Tu mayor virtud, laboral, sin duda era saber asignar a tu equipo tareas en donde sabias que iban a resaltar.
Hubo ocasiones en las que bastaba quedarme de pie mirándote trabajar para mejorar mi día, sabias que te miraba pero parecía que era algo totalmente  ajeno a ti. No dejabas que viese si entendías mi mirada como supervisión laboral o como algo más, con seguridad estabas acostumbrado a las miradas… Todas y cada una de las mujeres de la agencia te miraban, probablemente era tu sonrisa o la seguridad en ti mismo que derrochabas al caminar. 

Me esfuerzo por recordar cómo nos acercamos por primera vez por algo que no fuese trabajo y me viene a la cabeza la ocasión en que coincidimos en una librería tu parecías listo para una cita con tu mejor jersey y yo sin duda no estaba teniendo un gran momento con aquel catarro que amenazaba con matarme, pero en realidad pareciste muy contento de verme. Me recomendaste aquel libro terrible, que luego reconociste no haber leído, y lo pagaste mientras buscaba el dinero en mi bolsillo. Aun conservo ese libro, sigue siendo mi favorito. 

No fue hasta aquel maldito proyecto de la línea aérea, cuando el cliente siguiendo los topicazos decidió cambiar de idea a última hora, cuando realmente tuve una conversación no laboral contigo. Tu historia no era misteriosa o complicada, hijo único que creció sin lujos pero sin apuros, enamorado de la publicidad desde que podías recordar, te gustaba leer, fotografiar, los comics, las series, el skate, tenias solo 24 años y aunque podías permitirte vivir solo preferías estar con tus padres, tenían discusiones como todos pero nunca te impidieron ser quién quisieras ser. Hablaste de ellos con verdadero amor esa noche y todas las veces que te oí hacerlo. También fue aquella noche cuando realmente asumí que mis 38 estaban muy lejos de tus 24, yo no podía recordar cuál era la última serie que había seguido realmente ¿Seinfield, Quizás? ¡No! Había sido Friends; hablaste de jugar al futbol alguna vez y yo solo sonreí al pensar que nada que se hiciera fuera de las paredes del gym de mi edificio estaba permitido en mi agenda. 

Te hable de mi sin intentar maquillar mi patética vida, bueno no la llamemos patética quizás podríamos dejarla solo en aburrida, todo el éxito que veías en mi te deje claro que era solo en la agencia. Un matrimonio que hizo aguas a los 8 meses, sin hobbies que no fuesen leer, sin vida social fuera de la fiesta de navidad del trabajo y con la sensación de que el stress era mi mejor amigo desde hace años. Creo que sentiste pena por mí esa noche y al siguiente día te auto-invitaste a mi casa después del trabajo, yo cocine mientras veíamos la primera temporada de The Big Bang Theory. La semana siguiente me regalaste las demás temporadas y las de Juego de Tronos junto con una sudadera como la roja de Sheldon. Dormí con esa sudadera desde ese día. 

Después de esa cena vinieron otras muchas, fueron temporadas de series, docenas videojuegos, cientos de discos y libros, éramos el mejor equipo de trabajo y sentía que esos 38 mejor que mis tan lejanos 20. Fuimos amigos por cuatro años, desde aquella noche, en los cuales te vi salir en citas, tener relaciones buenas y malas, dejar y ser dejado. La noche que cumplí 42 organizaste una fiesta sorpresa y hasta invitaste a aquella persona con quien había estado flirteando sin atreverme a nada mas… Fue una buena noche. Fuiste el ultimo en irte tenias mala cara, te pregunte si era exceso de tequila y me dijiste que no habías tomado más de dos tragos querías estar sobrio porque necesitabas hacer algo importante y no querías que pensara que era producto del alcohol. Tengo la seguridad de estar haciendo una broma sobre que no podía ascenderte más o tendría que echar a mi hermano cuando me besaste. 

La noche de mi cuadragésimo segundo cumpleaños me besaste por primera vez, hoy cumplo cuarenta y cuatro y no puedo recordar cuantas veces después de esa me besaste. Tampoco puedo recordar cuantas veces me negué, te eche de mi casa esa noche esa noche y al menos treinta noches más. Te repetí cuando menos un millar de veces que no quería tu lastima, que era un error. Tú no tenías ni treinta años y necesitabas vivir, y si alguien siquiera se enteraba de que pasaba algo entre nosotros todos tus esfuerzos por hacerte un nombre con tu trabajo se irían al traste. 

Pase 42 años tratando de encontrarme y lo hice aquella noche cuando me besaste. Sonará estúpido pero aun con todas esas veces que te eche de mi lado y esas muchas otras en que huí fueron los dos años contigo los mejores de mi vida. Tenía terror y nunca te permití siquiera acercarte más de la cuenta en ningún lugar que no fuese mi casa pero en cuanto la puerta se cerraba tras nosotros todo mi mundo cobraba sentido. Eran esos momentos en los que realmente entendí la felicidad plena. Te convertiste en mi mayor tesoro pero también en mi peor enemigo, luchaste batalla tras batalla contra mí, intentando que aceptará ante todos nuestra relación. Vaciaste, hace unos día, tus cajones en mi casa y en la oficina dejándolo todo solo para que fuese tras de ti y tuviese el valor de enfrentar lo que realmente somos sin importar los demás. Esgrimiste ante mí tu alegato de que en el siglo XXI a nadie le interesaría o alarmaría la naturaleza de nuestra relación, repetiste una y otra vez que a la única persona que realmente le importaba y le avergonzaba era a mí. Te acuse de forzarme y obligarme a hablar de mi intimidad... Y cuando entendí que estabas tan enamorado como para luchar por ti y por mí me rendí. Esta carta es la admisión de mi derrota, de nuestra derrota. 

Tienes razón, soy yo quien se avergüenza. Soy yo quien no considera correcta nuestra relación. Ahora miro atrás, mucho antes de que tú llegaras a mi vida y reconozco todas las veces que luche por no ser quien soy; mi padre jamás me habría aceptado y mi madre menos aun. Desde que tengo memoria escuche repetir a mi padre que en su familia no había maricones, no nos tenía permitido llorar o fallar… Los hombres no lloran y los Alcacer no fallan, yo era el segundo a bordo de mi padre y por eso más que nadie era yo el que debía continuar con sus creencias y sus valores. Nunca estuvo más orgulloso de mí que aquel día en que llegue a casa asustado porque creía, gracias a dios erróneamente, que mi novia de la secundaria estaba embarazada; “mi hijo ya es un hombre de verdad y nada es más importante que eso” repitió ante la decepción de madre. Cuando ellos murieron yo ya me había convertido en un machista homofóbico, uno que sabía desde esa primera vez con su novia de la secundaria que no se sentía atraído por las mujeres, mi vida fue fácil solo tuve que mantener algunas aventuras de una noche y comportarme como un capullo con algunas mujeres para que la leyenda sobre lo rompe-corazones que era me siguiera como una sombra. 

Mi matrimonio fue es mi mayor error, una mujer dulce y cariñosa que estuvo jugando al gato y al ratón conmigo hasta que le propuse matrimonio. “Es hora de sentar cabeza” decían todos y lo hice pero cuando en 8 meses de matrimonio solo tocas a tu mujer dos veces y bajo los efectos del alcohol ten por seguro que no va a terminar bien. La deje ir y fue mi sombra de Don Juan la que se encargo de que todos pensaran que yo incapaz de ser fiel cuando realmente era incapaz de sentir nada por ella. Pero aun así, todo fue fácil porque hasta el día en que irrumpiste en mi oficina jamás me había enamorado de otro hombre, ese día todo se hizo tan fácil y tan difícil en mi vida. Infeliz aquel que por no haberlo vivido no crea en los flechazos, en el instante en que te vi supe que había perdido la guerra aun sin saber las batallabas que me esperaban. 

No me arrepiento de haberme enamorado de ti. Me arrepiento que sea esta la primera vez que te digo que te amo y quiero agradecerte por todas esas veces que me susurraste esas palabras mientras me creías dormido. Y gracias, también, por todas esas veces que lo gritaste a mi cara cuando te hería echándote de mi lado. Por última vez seré egoísta y decidiré por ti lo que  mereces y ciertamente no soy yo, puede que hoy te haga más daño del que nadie te hizo jamás pero te vas a recuperar, lo prometo. En cambio si sigo adelante voy a arrastrarte por mi espiral de destrucción y ninguno de los dos podrá permanecer de pie. Por favor prométeme que entenderás que mi decisión no es tu culpa, es solo la única manera que existe de dejarte ir sin regresar a buscarte una y otra vez, es la única forma en que puedo ser lo soy en paz conmigo y con el mundo… Si por mi decisión optas por odiarme la mejor manera de vengarte es encontrando la manera de ser feliz y si por el contrario decides que puedes perdonarme te pido que seas feliz porque gracias a ti yo pude ser feliz. 

Tú nunca fuiste un problema, el problema soy yo. Cuando uno no se acepta a sí mismo la felicidad duele y no aguanto más el dolor. Hace unos días cuando te fuiste me dijiste que era tiempo de demostrarte que no era un cobarde pero lo soy, lo fui siempre y ni aun con esto que siento he dejado de serlo. Yo estoy bien, no importa lo que te digan después, no importa lo que mi cuerpo cuente, estoy bien. Gracias por haberme hecho feliz mientras estuve vivo. Amarte a ti, esta carta y la bala que me acompaña son las únicas tres cosas honestas que he hecho en mi vida y me voy siendo absolutamente feliz solo te pido que ahora seas feliz tu, con alguien que te de el amor que te mereces y no el que estas dispuesto a aceptar.

Tuyo, Gabriel Alcacer.

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